5.6.10

Aquella fría mañana la estación amaneció desierta. Una espesa capa de niebla, añadía al lugar matices de misterio. Impaciente comprobé la hora en mi reloj. Faltaban cinco minutos para el paso de un tren que acabaría llegando con dos de adelanto. Accedí, en acto rutinario, a uno de los vagones. Lo encontré vacío. La locomotora reanudó su marcha sin esperar al obligado toque de silbato del ferroviario. Por una de las puertas entre compartimentos apareció la figura estilizada del interventor portando un ejemplar del noticiero matinal bajo el brazo. Ignorando mi presencia, depositó el tabloide sobre el asiento vacío que quedaba a mi derecha. Lo cogí para ojearlo. La casualidad quiso que la primera página en mostrarse fuera la relación de sucesos. Un rostro ilustraba la noticia de la denuncia de una desaparición. Mis ojos no daban crédito a lo que estaban viendo, la identidad de aquella persona se correspondía con la mía. Aumentó aún más mi incertidumbre al comprobar que había un día de diferencia entre las fechas del ticket de viaje y la del periódico. Fuera una espesa cortina de niebla lo ocultaba todo, parecía no existir nada. Viajaba en el tren fantasma, rumbo a ninguna parte. Nadie volvió a saber nada de mí.


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